segunda-feira, 3 de fevereiro de 2014

Gotham City (en español)





Copacabana es el barrio más poblado de Río de Janeiro con eso de 150 mil habitantes. Abriga 3 estaciones de metro, 3 favelas, uno de los hoteles más lujosos de Latinoamérica, cualquier cosa que usted pueda imaginar, desde sinagogas a sex shops, el Forte y una playa en formato de media luna. La princesinha do mar, así llamada, es dueña del bulevar más hermoso de la orilla por los dibujos de Burle Max. Drummond no se quita de allí. 


¡Es a un palmo de esta playa donde vivo yo! En uno de estos 20 apartamentos por cada planta de esta caótica Gotham City, caracterizada por tener más moradores de lo que se puede comportar - amplia y cómodamente hablando. Hace mucho, este renombrado pedazo de tierra exprimido entre el mar y la montaña, se llenó de edificios altos, de pisos pegados unos a los otros y se volvió en un microcosmos brasileño que une diferentes clases sociales y turistas en todas las temporadas. Por eso, vengo a hablar de mis vecinos, que aunque no se trate de un edificio “tiembla-tiembla”, ¡ellos son BIEN peculiares!


La vecina del 1019 viaja el fin de semana con su novio europeo y deja la gata para que la cuide. Me trae como detalle un imán de nevera que dice: “Me acordé de ti en Arraial do Cabo”. El recuerdo no combina con nada en mi cocina pero aun así creo que ¡es mono! Su estilo de vida tampoco pega con el mío. En el día de los novios pienso en Lapa y comento que hoy es un buen día para salir de juerga, para una soltera como yo, me imagino que todos los muchachos sueltos en la calle hoy serán solteros. Ella se pone de acuerdo y me sugiere una vuelta al centro comercial. ¿Shopping? ¡ni hablar! Quien viene una vez a la semana a limpiar la casa del vecino del 1021 es su ex-mujer. ¿Qué dices? Aún este querido vecino me lleva para clases de samba, soltinho y gafieira. Jaime Arocha, el dueño de la escuela, elogia el color de mi lápiz labial y mi vestido, me hace sentir ¡una chica Almodóvar! Mi gato Bahia quiere ir a pasear y empieza a volar chocándose con la puerta. Mientras salgo con la basura, él corre y entra en el piso que la bruja del 608 alquila para temporada. Ella o-d-i-a los gatos, se queja y me pide bufando para sacarlo de ahí, ‘no quiero pulgas en mi casa’. Yo le digo que mi gato no tiene pulgas. Me quiere regañar, pero dice: ‘eres tan mona, tan educada, no quería hacer eso, pero si sigue así...’ Una vez que vivo de alquiler, hay que tragarse el sapo, ¡oh, vida cruel! A la vuelta del xerelete al escabeche de Adega Pérola, abajo de casa, cruzo con la vecina del 722 que me pide fuego. Su voz sale de las entrañas, parece que me quiere chupar la sangre. ¡Se me pone la piel de gallina! La hipocondríaca que acaba de mudarse para el 1022 pasa los días echando veneno para cucarachas por debajo de su puerta y quejándose de algún dolor, un abanico de síntomas que varían a cada día. El vecino del 512 miente, dice que tiene 19, pero tiene 16. Me pide abrigo cuando se pelea con los padres y ayuda para escribir cartas a su ex-novia que todavía le gusta. Él intenta, yo siempre invento una excusa. La vecina del 917 me regala un plato de macarrones tras prestarle el fogón para cocinar. Cortaron su gas. Ella comparte piso de 40 m2, igual a todos del edificio, con su novio, la madre y el hermano de él, los dos hijos de ella, además de Kate y Titi, la perra de él y el gato de ella.


Son 12 pisos, 24 aparta-estudios por piso, más de 500 moradores, 10 porteros. Uno de ellos un día me dijo que tenía un regalo para mí: ¡una mandarina! Y después viéndome ir a viajar, gritó desde la portería: ‘Vuelve pronto!’ Hasta hoy tengo dudas si de verdad escuché el disparate ese. Mi gata se esconde debajo de la lavadora cuando el niño del 807 llama el timbre. Hubo una época que la prestaba, Dolores, mi gatita, para que jugara con la niña del 217. Habrá sufrido, la pobre, porque hasta hoy mantiene este trauma. Dejo unas ropas para arreglos y me entero que la modista es mi vecina del 204. Me pide para ir a su casa a ayudarla a comprar un billete de avión y acabo horas en el MSN con su ligue virtual, Mustafá, un turco que ella creía español. Mi visita liga con el vecino del 406. Él es maricón, le comento, aun así, ella sigue teniendo fantasías con él. Bello día llego tarde al trabajo porque tengo que ayudar a la vecina del 703 que llora por no conseguir poner curativos postquirúrgicos en Cocada, su gatita recién castrada. Ella también comparte piso con Eros, un perro obeso y llega un día a mi puerta, con un pastel para darme las gracias justo al momento que yo intentaba cerrar la cremallera en la espalda del vestido. Es cierto que Dios da en doble. Intento ver lo que el vecino interesante (dentro de este contexto de personas circenses) del 718 lleva en las bolsas del súper. Pesco salsichas, mozzarella, pan sin cáscara, mortadela, litros de tetra-park sabor naranja, papas fritas y mayonesa. Demasiado colesterol. ¡Descarto con gusto!


Vivo en los fondos de mi edificio en Copacabana. No tengo vista al mar, pero puedo disfrutar de un útil tendedero de ropas en mi ventana. Sin embargo, pago la lengua cada vez que tiendo cualquier cosa allí. En una de estas, dejo caer una toalla que aterriza en el aire condicionado del vecino del 314. Dejo una nota abajo de la puerta y le pido por favor que la deje en la portería por si la encuentre. Cuando vuelvo doy con una nota con su nombre completo, correo electrónico, teléfono y dirección en Salvador – Bahia, MSN y facebook: ‘No he encontrado la toalla, pero vamos a tomar un café o quizá un avión?’ Cuanto más yo rezo... mi vecina del 1016 tiene tatuado en el pecho unas patitas de tigre que caminan hacia el escote. Otro día vi algo parecido en el ascensor. El turista de temporada tenía un cupido tatuado, mitad visible y la otra parte se quedaba escondida dentro del bañador. Bahia, mi gato, corre a la 11ª planta, escucho su maullido, subo y lo encuentro mordiendo los alambres de la obra eléctrica. Me acuerdo del carnero electrocutado en mi niñez en Iraq, pero no puedo sacarlo de allá. Desesperada, me bajo las escaleras detrás de un pedazo de sardina para atraerlo. En vano, él es salvo por el administrador que me trae el gato polvoriento en sus brazos. ¡Mi héroe! La cuidadora del hijo del taxista del 301 comenta preocupada de la tarea de casa del niño: ‘Habla de Xangô, pero Xangô es tema del diablo! Y también hay textos sobre truenos. Trueno es Dios!’ Y lamenta: ‘No comprendo este colegio Pedro II. ¡Madre mía!’ 


En este momento me chupo los dedos de pescado picante en conserva que la vecina del 518 me regaló por la Navidad. A los gatos también les regaló un tarro de pescado frito. También ahora escucho tres canciones de la banda de hip hop de aquel vecino de 16 que dice que tiene 19. Vivir en Copacabana es así, muerdo la mano que me da de comer, pero Copacabana, eu hei de amar. La verdad es que oscilar entre te quiero y te odio, cambia mucho con el humor del momento, si mal, veo todo raro y feo. Si bueno, es todo raro, sí, pero curioso. ¡Me hace reír! 


¡Viva la mirada antropológica! ¡Viva la subjetividad humana y la diferencia! A fin de cuentas, qué soso sería si todos fuéramos iguales.


Mi piso es libra.


(Río, 13/12/10)